Mi experiencia en el Camino de Santiago

A veces tomamos decisiones en la vida y a veces la vida toma decisiones por nosotros. Supongo que cada persona que hace el Camino de Santiago llega a él de una forma diferente y con una motivación igualmente distinta.

El Camino de Santiago tiene fama de ser un viaje para el encuentro: el encuentro con otros y sobre todo el encuentro con uno mismo. Tengo la sospecha de que quienes deciden ponerse las zapatillas y dejarse la suela en el asfalto tienen en la mayoría de los casos una característica común: el trascendentalismo.Y es que, ¿qué te empuja a caminar horas y horas durante días y días bajo un sol abrasador o unas lluvias torrenciales para llegar a un sitio alcanzable por cualquier medio de transporte? Es evidente que habrá quien tenga motivos religiosos, pero la mayor parte de los peregrinos no van ungidos por la fe. Les mueve el deseo de “dejar atrás”, de sacrificarse, de valorar el día a día, de purificarse, de sentirse parte de algo, de vivir una experiencia única.

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En mi caso el Camino de Santiago venía siendo un desideratum constante desde hace unos años. Junto a viajar a Croacia, escribir un libro y emprender un negocio propio, peregrinar a Santiago de Compostela lleva mucho en mi lista de proyectos pero sin ningún indicio de que fuese a convertirse en una realidad palpable a corto ni tan siquiera a medio plazo.

De repente, todo encajó: tenía para mí sola unos días en los que lo último que quería hacer era estar sin mí. Y tengo una amiga que no sabe vivir fuera de sí misma y estaba esos días en las mismas circunstancias. Sin demasiada preparación tuvimos agendado el plan, sin hoja de ruta ni mucha idea de lo que nos íbamos a encontrar.

Como todos los planes, el Camino de Santiago se hace con unas expectativas determinadas. Yo sin embargo, puedo asegurar que llevo pocas en la mochila. Cuando la vida te la llena de preocupaciones, queda poco sitio para ellas. Quizá la más evidente, por no decir la única, era vaciar la mente. Quería ponerme las zapatillas al inicio de cada jornada y sentir que todas esas nubes que barrunto cada día, como una especie de temporal en gestación, quedaban atrás. Quería huir, no se sabe muy bien a dónde ni de qué.

La verdadera experiencia del camino de Santiago

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“Peregrino, en Nájera, najerino”

Mi viaje ha durado unos pocos días, pero los suficientes para captar parte de la esencia del camino, parte de su magia. Lo sé: quiero más.

Desde el momento en que acudes a conseguir tu credencial, la tarjeta en la que recibirás tus sellos de peregrino en cada visita, empiezas a sentir la ilusión. Es el primer contacto con el Camino “desde dentro”. Y es que si vives como yo en una ciudad por la que pasa el Camino, los peregrinos formarán parte cotidiana de la vida de sus calles. Pero desde el mismo momento en que eres tú el que entra a albergue, o desde los primeros minutos caminando, te das cuenta que para ti ya no son peregrinos, sino compañeros de viaje.

Cada uno camina a su ritmo, solo, en parejas, en grupo, descolgándose del pelotón o dando pequeñas carreritas para atrapar al resto. Te sorprendes la primera vez que tras un alcance, un “hola” es sustituido por “¡buen camino!”. En seguida te das cuenta de que no es casual: los peregrinos tienen su propia forma de darse los buenos días.

La sensación de libertad es absoluta. Libertad para caminar más lento o más rápido, para hacer fotos, para conversar o escuchar el crujido de los pasos, para conocer a otros compañeros, para hacer un descanso, para decidir cuántos kilómetros andar cada jornada. Libertad al disfrutar de la inmensidad del paisaje invadiéndote.

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La sensación de placer es inmensa. Cuando empiezas cada mañana el nuevo reto de alcanzar el objetivo, de llenar tu mochila de encuentros, cuando refrescas los pies en una fuente o en un río, cuando te dan un masaje en las piernas, cuando llegas al albergue y por fin te duchas, dejas el peso atrás y vas al encuentro de nuevos escenarios. La segunda parte de la jornada te esperan monumentos y calles, risas, restaurantes, risas, peregrinos, risas, FELICIDAD. La cama al final del día. Eso también es felicidad.

Hay quien dice que “el camino del peregrino es de paso corto y mirada larga”. En realidad creo que fue justamente eso, los peregrinos con los que me he cruzado a lo largo de mi vida, la intensidad de su mirada, la que me ha llevado a desear convertirme en una de ellos. Estos días creo haber sentido de nuevo en mis ojos ese brillo del peregrinaje, mitad pasión mitad inocencia.

¡Buen camino!

Imágenes: propias (Verónica Trimadre)

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