7 días sin beber coca-cola

Fría, sin hielo ni limón, en vaso de cristal y con todas sus burbujas. Si James Bond es exigente a la hora de pedir sus Martinis, yo soy una auténtica sibarita si de Coca-Cola se trata. Sabéis ese chiste que cuenta la historia de un hombre que pide una Coca-Cola en un bar y el camarero le pregunta “¿le vale Pepsi?” y el contesta “¿Le vale a usted que le pague con billetes del Monopoli?”. Pues esa podría ser talmente yo en alguna de esas ocasiones en las que me he cambiado de terraza cuando han querido ofrecerme gato por liebre. Así que imaginaos lo que para mí, que si me exprimen podrían sacar Coca-Cola, ha sido asumir este reto de pasar una semana sin probarla.

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¿Por qué hacerlo? Ummmm, a ver que piense… Por masoquismo, porque si no, no se me ocurre una buena razón. Yo no fumo, no bebo, no tomo café ni me atiborro a dulces o comida basura. Llevo una dieta bastante equilibrada y, según la etapa, hasta practico algo de deporte. Así que digo yo que si mi único vicio reconocido es la Coca-Cola, ¿qué le importará a la gente cuánta -“¿de verdad tomas esa cantidad al día?”-, cómo -“que pesada eres con que no tiene fuerza”-, dónde -“¿todas las botellas que hay en la nevera de la oficina son tuyas?” o cuándo -“¿puedes beberla a estas horas de la mañana?”- la bebo?

Sí, sí, sí y sí. Tomo mucha Coca-Cola cada día, tanta que si fuesen verdad todas esas teorías de que te corroe el estómago yo ya lo tendría perforado. No soporto que la gente no cierre bien la botella y me la ofrezca sin gas. Puedo vivir sin otras cosas, pero en casa y en la oficina siempre tengo que tener Coca-Cola. Y, os lo aseguro, no hay desayuno más apetitoso para mí que un churro y Coca-Cola -que no mojado en ella-, ni mejor medicina para males físicos y del alma -¡si ya digo yo que deberían venderla en farmacias!-. No soporto la de grifo -polvillos disueltos en agua-, ni la que está aguada por el hielo y soy capaz de reconocer la que no embotellan en la planta de Begano en A Coruña.

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Hace tiempo que me pasé a la light, justo cuando hace cuatro años me puse a dieta, y la verdad es que entonces casi me “desengancho”. Sin embargo, he de decir que en unos meses de privación en un escenario gastronómico en el que no pasaba hambre pero sí mucha necesidad, beber Coca-Cola era como una licencia, una transgresión que me reconciliaba con los pequeños placeres de la vida. 

Total, que a pesar de que NO quiero dejar de beber Coca-Cola, sí quise probarme a mí misma cómo reaccionarían, para bien o para mal, mi organismo y mi rutina ante su ausencia. También porque sí que estoy convencida de que en su composición tiene alguna sustancia adictiva que hace que no pueda desprenderme de ella y a mí no me gusta tener esa dependencia de nada ni de nadie.

Intento I

Tres horas y media. El tiempo justo que pasó desde que me levanté, me senté en mi mesa de oficina, abrí el correo, eché mano de la botella de medio litro que había quedado allí del día anterior y le di un buen sorbo. “¡Mierda! ¡El reto!”. Pues nada, a empezar otra vez de cero. Pero ya, si tal, lo dejamos para el lunes que viene, ¿no? Porque el tema con estos retos es que son un poco como las dietas. Están formulados como “siete días sin…” y todos sabemos que siete días son una semana, pero no tienen por qué ser una semana de lunes a lunes. Peeeero, como en las dietas, mejor empezar desde el principio -y gracias que lo dejé para la siguiente semana y no para el siguiente mes-.

Intento II

Tres horas y media. “Hola, buenos días”, saludo a mi compañera de enfrente, que ya se está tomando un café delante del ordenador. “¿Qué tal ha ido el fin de semana?”, me pregunta. “Pues bien (glup, glup, glup…)”. ¡¡¡Mierda, mierda, mierda!!! ¡¡¡Otra vez!!!

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Intento III

Día 1. En esta ocasión soy precavida. No puedo caer una tercera vez en el mismo despiste. Tengo mi estantería de los víveres llena de botellas de Coca-Cola, pero el día anterior bajo al súper a comprar también agua y allí la dejo, encima de la mesa. Está claro que beber mientras trabajo es casi un acto reflejo, así que tengo que tener algo a mano que llevarme a la boca.

Y esta vez sí, consigo superar esa primera mañana a base de sorbitos y sorbazos de agua.

Llego a comer a casa de mis suegros, que ya la tienen en la mesa. “No, no me eches. Hoy paso”. Cinco pares de ojos -suegros, marido y niñas- se vuelven hacia mí incrédulos. Si fuesen dibujos animados se les habría desencajado la mandíbula. Y me duele. Ese asombro me duele. ¡Dios mío! me ven como a una yonkie de la Coca-Cola.

La tarde pasa sin sobresaltos. Es el periodo del día más fácil, entre actividad y actividad, recados por aquí, recados por allá, ni me doy cuenta… Pero llega la hora de hacer la cena y ahí he de hacer de tripas corazón. ¿Sabéis esa escena idílica con amigos o parejas en torno a los fogones, haciendo felicísimos la cena, con unas cervezas o un “me pones una copa de vino, cariño”? Pues mi hora de las cenas viene a ser parecida. Sin tanto glamour, sin manjares tan ricos, con bastantes más dosis de estrés y MI vaso de Coca-Cola -sí porque, evidentemente, yo tengo un vaso en el que la Coca-Cola me sabe mejor, un vaso que está cascado por el canto y del que yo me empeño en beber aunque tenga que sortear las aristas- en la encimera.

El día 2 es similar al 1. Sigo soportando la incredulidad de los que me rodean. Bebo mucho té para paliar mi carencia de cafeína y llego a la noche como si al conejito de Duracell le pones pilas del bazar chino.

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Día 3. ¿Por qué? ¿Por qué estoy haciendo esta gilipollez? Desayuno mis tostadas, mi té y, como casi siempre antes de meterme en la ducha, abro la nevera. Ahora tocaría “chupito” de Coca-Cola. Así, a morro y a escondidas… pero no, en lugar de eso me echo un vaso de agua helada. “Lo dicho, este reto es una tontería”, maldigo, hasta que el espejo me devuelve mi imagen y ¡coño! ¿soy yo o tengo menos barriga? Bueno, barriga tengo la misma, pero me da la sensación de que no está tan voluminosa. Así que decido darle una oportunidad al tema.

Día 4. Vuelvo a abrir la nevera antes de ir a trabajar. Ahí está. Fresquita, burbujeante. Cierro la nevera. Ahí se queda. Hoy no me aprieta el pantalón. No digo que haya adelgazado, ¡ni mucho menos!, pero al menos el botón del vaquero ya no se me incrusta en la barriga y tras meses destierro al fin el temor de que una noche cualquiera me acueste con dos ombligos en lugar de uno.

Día 5. En la papelera de la oficina se acumula la tercera botella de agua mineral vacía -¿os he contado alguna vez que desde que comenzó la crisis ya no limpian todos los días? ¡Puaj! una guarrada-. Hoy tengo una tarde relajada. Si me aplico en mis tareas, quizás tenga un rato para tomarme un café mientras las niñas están en ballet. Premio. Lo consigo. Pago la cuenta y camino hacia el gimnasio despistada: “¡MIERDA! ¡Me acabo de tomar una Coca-Cola sin darme cuenta!“. Me sobresalto y noto mi corazón a mil. Miro de reojo a un lado y a otro. Hago memoria. ¿De verdad estoy intentando recordar si alguien me ha visto hacerlo? Esto es muy patético. Definitivamente, este reto me está convirtiendo en un ser bien extraño.

Me reencuentro con mi marido. A estas alturas, en casa todos saben lo del reto… ¿me lo notará en la cara? Tengo remordimientos el resto del día.

Día 6. Me levanto, desayuno y, antes de irme al baño, doy dos buenos sorbos a MI botella de Coca-Cola. Llego a la oficina. Guardo la botella de agua y la sustituyo por MI botella de Coca-Cola. Ya bastante duro es trabajar un sábado como para hacerlo sin Coca-Cola y sin gominolas. Pónganme dos rondas de cada. ¡Pero si esto es la chispa de la vida!

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Veredicto: RETO NO SUPERADO. Soy la primera de las integrantes de Mujeres y Madres Magazine que no supera su reto –Ruth, Let, Nuria, María Jardón, Nat y Pilar sí lo lograron-. Voy a ahogar mis penas… en Coca-Cola.

Imágenes: Pixabay

María L. Fernández

Soy María Fernández. Mujer, madre, amante, amiga y periodista en permanente propiedad conmutativa. No sé vivir sin contar historias. Las mías, las tuyas, las de los demás. Nunca sabrás si voy o vengo, pero cuando te hablo ten la seguridad de que lo hago de forma honesta, porque no sé hacerlo de otra manera.

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13 comentarios

  1. Mary te entiendo perfectamente! Como sobrevivir sin ella? Si hasta el otro dia salimos del medico con un bajon tremendo y tras comprar una lata de coca cola, cuando me volvio el color a la cara, me dice mi peque: mama la coca cola es una medicina? Jajaja…

    1. Qué buenísimo!!!!! Y qué le contestaste? Evidentemente, que sí, que era una supermedicina

  2. Jajajaja, no sé yo a la larga si tanta Coca-Cola te pasará factura pero me he reído mucho con tu reto. Di que sí, la carne es débil y algún vicio tenemos que tener…

    1. Sí, sí, intentar lo he intentado… pero sin mucho entusiasmo -guárdame el secreto-

    2. Es que si no me doy un gustillo al cuerpo, qué me queda, por dios!

  3. jajajajajaja, pero lo has intentado que es lo importante!! 😉

  4. Yo no la tomo todos los días, pero cuando llego al trabajo sin haber podido dormir bien, una Coca cola me devuelve la vida
    Estoy con Merak al 100%

    1. La Coca-Cola es el mejor reconstituyente tras una noche “corta”!. Viva la cafeína!

  5. Te entiendo perfectamente, yo soy de pepsi, y la tomo con hielo, sin hielo, con limón, sin limón y hasta sin burbujasssss, me da igual, me levanta el ánimo cdo estoy apagada, hay que darle gusto al cuerpo, pobre que aguanta mucho…

    1. Di que sí, Carmen!!! Al cuerpo hay que cuidarlo!

  6. Yo te entiendo porque hago verdaderos esfuerzos para aguantar hasta el Viernes por la noche que es cuando me tomo la primera del fin de semana junto con una hamburguesa con patatas……Ainssssss, ese momento en el que abres una lata de Coca cola normal (la light, zero y demás….en fin eso es otro tema…) bien fría y pegas ese primer chupito…….nadie lo entiende nada más que nosotras!!!!!!!

  7. Pues yo a mucha honra he cumplido dos años sin tomarla, ¿si fue facil? claro q no hasta pense que tenia sindrome de abstinencial los primeros dias, y todavia hay momentos en que pienso si no sera mejor volver al vicio, pero no ha pasado y doy gracias a Dios por eso.

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